Nefertari [RC]

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Aquí os dejo un relato corto (mas bien se asemeja al prólogo de una novela que acabo de escribir para que, si teneis tiempo y os apetece lo leais y me comenteis que os parece.
Besitos!!!


No puedo recordar con exactitud el primer día que la vi. ¿Fue a finales de febrero? Quizás despuntaban ya los primeros días de Marzo…
Tan solo recuerdo que, en el momento en que ella cruzó por primera vez la puerta descorchada de entrada al aula donde yo impartía clases, fuera tronaba y de las nubes manaba un intenso aguacero que no paró en todo el día.
Llegaba unos diez minutos tarde; yo ya estaba de pie en la palestra intentando explicar a mis alumnos las contrariedades de algunos datos extraídos de los últimos hallazgos egipcios. Entró sigilosa, sin llamar más atención que la de un par de alumnos y la mía propia. Mi habla y mi respiración murieron durante unos breves segundos. Pronto me recuperé, dándola la espalda un breve lapso de tiempo suficiente para poner mi mente en orden. Fue un golpe. Un shock.
Y es que no recuerdo haber visto jamás belleza tan intensa.
Sus andares eran gatunos y sigilosos; parecía deslizarse entre la gente flotando sin siquiera rozarlos. Su piel, de un adorable tono canela, incitaba a ser acariciada y, probablemente, besada. Sus piernas eran muy delgadas, pero el resto de sus curvas redondeadas, llamativas. Sin duda alguna, lo que más captó mi interés fue su rostro. Encontrándome yo de pie ante la masa de alumnos hablándoles de los antiguos egipcios, Taurset y Cleopatra, con sus hermosas y morenas facciones, parecieron materializarse frente a mi al ella aparecer. Rostro anguloso, de pómulos marcados y nariz ligeramente aguileña. Sus labios gruesos estallaban en rojo y sus ojos poseían una tonalidad de marrón que no soy capaz de definir con exactitud. Su melena negra, intensa, destellaba sedosa bajo las luces, correctamente cortada en un peinado recto, a la altura del pecho, y con un espeso e igualmente recto flequillo que la cubría la frente. Así como les digo. Una Cleopatra surgida de los recónditos parajes del Nilo y echa carne aquí en mi aula.
Su aspecto me resultó también singular. Llevaba pantalones de lino terrosos, que quedaban sueltos alrededor de sus finas rodillas pero ajustados sobre sus nalgas, y una camisa de botones, los tres primeros desabotonados, de color marrón. Llevaba varias pulseras de latón, madera y minerales adornando sus muñecas y, para completar, una cruz egipcia de oro, pendiente de un cordón dorado en el nacimiento de sus senos.
No pude evitar mirarla. Mientras explico mi lección, paseo la mirada por todos los alumnos, deteniéndome un par de segundos en los ojos de alguno, y cambiando después a otro. Pero aquel día, mi mirada estuvo plenamente concentrada en ella. Abrió una bolsa bandolera de cuero teja y sacó un cuaderno tamaño folio de pastas gruesas y, para mi sorpresa, una pluma estilográfica dorada decorada con grabados que, desde la palestra, se me hacían inteligibles. Solo entonces, cuando apoyó el codo derecho sobre la mesa y la barbilla en la correspondiente mano -era zurda- descubrí el tatuaje del ojo de Horus grabado en su antebrazo derecho. Aquello me cautivó. El dibujo negro sobre la piel canela volvió a sumirme en un estado de shock. Callé durante varios segundos. Cuando reanudé la explicación, dándola la espalda, juraría haberla visto sonreír.
¿Era consciente de lo que desataba en mí? A veces pensaba que si, a veces pensaba que no. Otras…
Tan solo sé que, desde aquel día, Nefertari no salió de mi cabeza.