Generación JordiLauriana
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La Generación del Futuro.
 
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 La Fuerza del Destino [Piratas del Caribe]

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Lenore
Caminando hacia mis sueños
Lenore


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MensajeTema: La Fuerza del Destino [Piratas del Caribe]   La Fuerza del Destino [Piratas del Caribe] Icon_minitimeMiér Jun 25, 2008 5:39 pm

Hi!

Este es un spin-off de Jack Sparrow, por lo tanto no contiene ningún spoiler sobre niguna de las tres películas de PdC. Es simplemente una historia paralela, que podría desarrollarse tanto antes de estas películas como después.

Espero que os guste:

--------------------

I.

Si algo iba a pasar pasaría, aquello estaba claro. No era difícil de entender, aunque sí de asimilar. Sus manos dulces y finas acariciaban las hierbas del campo, cuyo nombre jamás sabrían. Detrás del risco, un enorme sol estaba a punto de ponerse. Caería en el profundo océano y… se apagaría.

Como ella.

La sola mención de la idea le golpeó en el estómago, pero también hizo que se sintiera más segura de su decisión. Estaba entre la espada y la pared, y si había que elegir, ella misma se la clavaría. No iba a esperar a que nadie más la rematara, a que cayera la noche de su Último Día. El viento proveniente del mar, cargado de sal, le golpeó el rostro. Los árboles detrás de ella se movían de una forma siniestra. Los recuerdos de su madre los había prendido en el vestido. No sería tan difícil. Solamente sería empezar a correr, un pie detrás del otro, y olvidarse de todo. Si las cosas iban muy mal, siempre podría saltar al acantilado.

Si algo iba a pasar pasaría. Pero ocurriera lo que ocurriera, intentaría impedirlo con todas sus fuerzas. Y ahora iba a hacerlo. Iba a escapar.

- Señorita, no se mueva o podrá salir muy mal parada – le amenazó una voz a su espalda. Una voz ronca y masculina, muy astuta.
- ¿Quién es usted? Estos son terrenos privados.
- Le aviso que no me gustan los juegos, señorita. Porque es demasiado fácil ganarlos – sentenció acercándose a ella en un par de saltos. Sintió su aliento a ron, su sudor, su olor a salitre. Un escalofrío de miedo y repugnancia le recorrió la espina dorsal. Y otra sensación, que no supo muy bien describir. Pirata -. Usted es la señorita Rosalinda Torres, ¿me equivoco? Contésteme o me dejaré de formalidades.
- Sí.
- Y usted se va a casar mañana con el señor Robert Trelawney.
- Sí.
- Un buen partido, ¿no es así?
- Qué quiere de mí – masculló Rosalinda sintiendo la fría espada apoyada en su espalda. El pirata acariciaba su brazo derecho, con un tacto especialmente lascivo a la altura del hombro. Estaba al borde del llanto.
- Necesito un rehén. O una llave. ¡Algo, maldita sea! Su futuro esposo es un cerdo, ¿sabía? No soy capaz de entrar en su puñetera mansión. Quizá a través de la cama, como hará usted mañana, se pueda, pero con otras tretas…
- Téngame un respeto, mi honor y honra están intactos.
- Si no rompo con mi espada su vestido.
- No lo hará. Usted sabe tan bien como yo que una mujer sin honra no interesaría como esposa al señor Trelawney – dijo ella, intentando haber impreso suficiente seguridad en sus palabras. La espalda se relajó y el pirata se mostró delante de ella. Era alto y corpulento o quizá era el aspecto que le daba la ropa andrajosa. Rosalinda trastabilló hacia atrás de la impresión que le impactó aquel hombre de edad incalculable, tan diferente a lo que ella estaba acostumbrada a ver. El pirata sonrió mostrando unas obscenas fundas de oro.
- Tranquila, futura señorita Trelawney. Aunque me muera de ganas, no pienso hacerle nada.
- ¡Diga ya, quiere entrar en el palacio del señor Trelawney o qué! – exclamó ella asustada. Ahora el viento le arrastraba todo su olor, tan embriagante que no supo decir si le gustaba o no.
- Lo mismo que usted.
- Entonces debería tirarse al acantilado por los dos.
- ¿No quiere casarse?
- ¿Cree que una señorita con ansias por el matrimonio se encontraría aquí el día antes de su boda? No. O sí. Quizás. No sé… me he escapado de casa, la verdad.
- Si sigue haciendo perrerías, se le quedará la misma imagen que yo.
- Y si no las hago se me amargará como si me lavara el rostro cada día con vinagre, señor…
- Capitán Jack Sparrow.
- Pues señor Sparrow.
- ¡Así que se ha escapado usted!
- ¿Y eso que tiene de especial?
- ¡Ahora todos los empleados de su padre andarán buscándola! – exclamó el pirata cogiéndola en volandas -. Lo siento mucho, mi querida futura señorita Trelawney, pero necesito algo para escapar de aquí. Y si usted no me ayuda para robar a su futuro marido, creo que ambos acabaremos muy mal.
- Lo haré – suspiró Rosalinda, apenas consciente, apenas sintiendo los últimos rayos de su último día -, con una condición.
- Pídame, señorita, que si nuestro plan es beneficiado le daré todo lo que usted me pida y esté en mi mano.
- ¡ROSALINDA! – se escuchó a lo lejos -. ¡Y EN BRAZOS DE UN PIRATA!
- Quiero que usted me salve – susurró ella.
- ¿Salvarla?
- De esto. De Trelawney. De mi padre – murmuró apoyando la cabeza en su hombro. Salvando la capa de suciedad, era realmente reconfortable. Se imaginaba al pirata sosteniéndola como un fardo en llamas, sin saber bien qué hacer con él, pero le daba igual -. Lléveme de aquí. Yo le diré hasta dónde.
- ¿Va a confiar en un…?
- ¿Pirata? ¡Y qué remedio me queda salvo confiar en lo imposible!
- ¡ALTO, ALTO AHÍ, PIRATA! ¡DEJE A LA DAMA!
- Mañana, en el palacio de Trelawney. Estará toda la nobleza de este condenado pueblo. Atacad un grupo rápido, con cañones. Distraedles y no le costará entrar y tomar lo que quiera del palacio.
- Señorita Rosalinda Torres, futura Rosalinda Trelawey, fue un placer tenerla entre mis brazos. Ojalá hubiera sido nuestro encuentro menos literal.

El pirata Jack Sparrow lanzó con toda la delicadeza a Rosalinda sobre los soldados. Estos abandonaron las armas para recogerla y, antes de que pudieran darse cuenta, el pirata había saltado por el risco. El sol emitió sus últimos rayos, iluminando de contraluz al hombre aquel. Un pirata. Una esperanza.

Quizá aquel no era su último día.
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Lenore
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MensajeTema: Re: La Fuerza del Destino [Piratas del Caribe]   La Fuerza del Destino [Piratas del Caribe] Icon_minitimeDom Jun 29, 2008 1:19 am

II.

Deseaba fervientemente que el tiempo se detuviera en aquel instante, pero en el fondo, deseaba saber qué pasaría al final de la noche. El salón era un revuelo de invitados enfundados en sus mejores galas y demostrando el poderío de la nobleza más pudiente. Rosalinda podía sentir en sus miradas hacia ella superioridad y ostentosidad. En los ojos de su padre podía ver un vástago creciendo ya en su vientre, como si fuera una vaca a la espera de un toro. Pero sin lugar a dudas, lo peor eran los ojos de su ya actual marido, Robert Trelawney. Eran unos ojos vacuos, despojados de todo sentimiento humano. Cuando le miraban le daban miedo. Parecían decirle “ahora eres de mi propiedad”. Y Rosalinda pensaba en el final de la noche, en cuando aquel ser desalmado le despojara del vestido y… y…

- Rosalinda, comienza a ser tarde – le comentó su marido, quien de repente parecía situado a su espalda. Iba muy engalanado con su uniforme azul de la marina inglesa, luciendo en su joven pecho de apenas veinticinco años más medallas que algunos de los más veteranos. Le apretó junto a él en un abrazo fláccido y desvaído -. Quizá sea mejor que empecemos a dar por terminada la fiesta.
- Robert, quizá podamos dejarla un rato más.
- No sé hasta qué hora se celebra una boda en el Caribe, pero jamás hasta tan tarde en Gran Bretaña.
- Es una buena ocasión para adaptarse a las costumbres locales.
- Las costumbres locales serán las que sean, pero hay que mantener una disciplina. Disciplina – repitió, como hablando para sí mismo -. Eso nos permitirá tener una buena vida. Una buena casa. Una buena familia – enumeró, ahora acariciando el vientre de Rosalinda. La chica deseó con todas sus fuerzas que se apartara de ella, aquel contacto le inspiraba repugnancia -. Dos varones son mejor que uno. Siempre puede ocurrir alguna desgracia o que alguno de ellos se tuerza. Una doncellita también estaría bien. Una jovencita elegante y con honor, después de los dos varones. Serán suficientes.

Rosalinda sintió que se mareaba por culpa de aquel abrazo. ¡No! Claro que estaba destinada a ello, pero no podía, ¡no quería! ¡No quería dejar que aquel ser repugnante la tocara, no quería ser la vaca que diera a luz a sus descendientes! ¿Pero qué otro futuro tiene una señorita sino casarse? Ojalá viniera aquel pirata, y se la llevara lejos, allende los mares. Abandonaría los vestidos y las risas de corte. Vestiría como un hombre, aprendería a navegar y a manejar una espada, amaría al mar y dormiría cada noche sobre la cubierta, dándole gracias a las estrellas por su libertad. El mundo estaría a sus pies. Pero aquel pirata no volvería, aquella noche se convertiría definitivamente en la señora Trelawney y entonces el mundo soñado acabaría para ella. Ya son dieciséis años. Ya debes madurar.

- Rosalinda, ¿has oído algo? – le preguntó Robert soltándola. Ella suspiró aliviada.
- El bullicio de la fiesta tan solo.
- No, no me refiero a eso – negó su marido. De repente las paredes del salón retumbaron con un gran estallido -. Sino a esto.
- ¡Dios mío! – exclamó ella temblando. Pensó en sus consejos hacia el pirata, en sus palabras, nítidas como si estuvieran impresas -. ¿Será una tormenta acaso?
- Esta noche no hay tormentas. Creo que nos atacan.

¡BUM!

La pared de enfrente y un trozo de la lateral del comedor reventaron. Robert lanzó a su esposa hacia la mesa detrás e hizo un gesto para que los soldados se prepararan, pero era tarde. Una horda de piratas entró por la pared abierta, luciendo con orgullo su ropa ajada y manchada y sus modales rudos en sonrisas brillantes por el oro. El pirata del centro, el que debía ser el líder, sostenía dos pistolas. A su derecha se encontraba Jack Sparrow. Rosalinda sintió una oleada de nerviosismo recorriéndola y un golpe en la cabeza. Sin darse cuenta, había intentado levantarse y se había dado contra la mesa.

- Damas y caballeros, ¡silencio! – rugió el pirata central. Rosalinda se arrastró bajo la mesa, sacando la cabeza por debajo del mantel -. Los soldados, tirad las armas al suelo. ¡Tiradlas! Y esto incluye a vuestro capitán, señor Robert Trelawney, al que por cierto, quiero felicitar por su boda. ¿Dónde está la novia? Me gustaría felicitarla a ella también.
- Sois un ser despreciable, Hades.
- Viniendo de vos es considerarme mucho – rió el pirata. Tenía el pelo negro, casi azul, cubriéndole gran parte del rostro, de donde solo salía medio rostro. Y aquel era aún más impactante, pues tenía un color cetrino y grisáceo, siendo sus labios una ranura violácea y el único ojo visible se encontraba en mitad de una cicatriz negruzca siendo su iris un círculo plateado. Iba cubierto completamente de negro, chaqueta, pantalones, botas y hasta guantes. Solamente brillaba el filo de su espada, del mismo color que su ojo. Sonreía -. Robert Trelawney, vengo a saldar mi deuda. ¡Huesos! ¡Calavera! Buscad a la prometida. El resto, ¡vigilad a los hombres y mujeres! ¡De aquí no saldrá un alma si yo no lo ordeno!
- ¿Y cómo la encontraremos, capitán? – preguntó uno de los dos aludidos. No tenían un aspecto tan amenazador, aunque también vestían de negro y su pelo era del mismo color.
- Calavera sin cerebro… - le contestó el otro dándole un capón -. ¡La que vista de blanco!
- ¡Silencio he dicho! – repitió el capitán mientras Calavera y Huesos buscaban entre el resto de las invitadas. Rosalinda se agazapó dentro de la mesa. Aquello no estaba saliendo como ella esperaba. “Imbécil” se dijo mentalmente. ¿Qué creía que era un pillaje? ¿Un carnaval donde el pirata le sacaría a bailar y se la llevaría como un príncipe con sabor a mar? “Idiota, ¡idiota!” Ahora ya no sería una vaca, sino algo peor. Una gata con la que divertirse haciéndole perrerías hasta que por aburrimiento decidieran matarla. Observó como las piernas enfundadas en botas negras con tachuelas plateadas del capitán Hades se acercaba a las de su marido. Por mucho miedo que le dieran los piratas, Robert Trelawney seguía sin ser una opción válida -. Voy a cobraros todo, Trelawney. No olvido las deudas. Ni con vos ni con nadie.

Con un movimiento tranquilo levantó el mantel de la mesa. Rosalinda se quedó quieta al ver como aquel ojo grisáceo la miraba y esgrimía una sonrisa. Una patada tumbó la mesa tras de ella, y los invitados esbozaron un “o”. Hades se agachó junto a ella, apartándose el pelo de la cara un instante. Su otro ojo era azul hielo y Rosalinda pensó que se trataba de la encarnación del diablo, por lo que fue apenas consciente del tirón de su escote para ponerla en pie, que le rasgó la parte superior del vestido.

- Así que tú eres Rosalinda Trelawney… - susurró en una voz lo suficientemente audible como para que su enemigo fuera consciente de ello. Con una mano la mantenía presa a la altura de la cintura, con la otra le acarició obscenamente el cuerpo -. No elige mal tu marido. Joven, prominente, seguro aún doncella… lamentará perderte sin poder probarte aún. Con él firmaste un contrato, niña mía. Pero para mí no eres más que una mercancía.
- Aparte sus sucias manos de mí – musitó Rosalinda sintiendo en su rostro el espectro de la muerte. Él se acercó más a ella y le besó el cuello demostrándole que no podía huir, por muy fuerte que se revolviera.
- Están enguantadas, amor. Debes de irte acostumbrando a ellas. Son las manos que ahora mismo te poseen.
- Eh, esto, señor capitán Hades…
- ¿Qué quieres Sparrow?
- Capitán, capitán Sparrow – le corrigió el pirata de antes. Rosalinda le miró sorprendida, pero él no pareció darse por aludido en aquella especie de gesticulación que mantenía, como si hablara con sus manos -. Me preguntaba por nuestro trato.
- Oh, sí. ¡Huesos! ¡Calavera! Sujetad a la nena – les ordenó lanzándoles a Rosalinda como si fuera un fardo. Los dos piratas miraron ávidos el descosido del vestido -. Y ni se os ocurre tocarla, vive Dios que si lo hacéis haréis honor a vuestro nombre.
- ¡Sí mi capitán!
- Bien, Sparrow, ¿qué querías decirme del trato? Mañana por la mañana tendrás tu Perla al haberme conducido tan satisfactoriamente a este c…
- Me refería a la segunda parte del trato.
- Claro. Toma a la mujer que quieras – dijo el pirata señalando con desdén a las señoritas que se agolpaban temerosas.
- Sí, pero…
- Seré generoso. Además de elegir primero, podrás elegir a tantas como quieras.
- Sí, pero…
- ¿Qué más quieres, Sparrow? También puedes llevarte al hombre que quieras si eso te complace.
- No – negó Jack suspirando y mirando a Rosalinda.
- Oh, ni a ella ni a Trelawney, Sparrow, ¡ni lo sueñes!
- Pero capitán…

Rosalinda en aquel instante sintió algo. Un temblor. Y de repente fue consciente de que era la tierra lo que temblaba. No dudó un instante en sacar aquellas largas agujas de su vestido y en clavárselas a sus carceleros, con lo cual la soltaron instantáneamente. El ojo de Hades fue completamente consciente de aquello, pero antes de que pudiera atraparla ella se había desembarazado del final de su vestido, dejándolo cortado a la altura de las rodillas y se había lanzado a correr hacia la pared medio derruida. Sintió miedo al ver como los grandes pedruscos se desprendían al ritmo del terremoto, pero sintió más miedo de mirar atrás. Los pedazos de su vida se desmoronaban como los de la pared, y no por ello podía echarse atrás. Así que saltó con todas sus fuerzas, esperando lo inesperable. Sintió un dolor profundo en su pierna izquierda que eclipsó al resto, y también notó el fuerte impacto de la caída. Se preguntó si podría levantarse y sorprendentemente, consiguió tenerse en pie. No esperó un momento, y se lanzó a correr hacia la noche eterna.
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